Ladrones de tiempo
“Si nosotros invertimos tiempo y esfuerzo para adquirir dinero con el fin de diferir el consumo en el tiempo, ya sea un día, un año o una década, y el Estado decide unilateralmente que ese dinero valga menos: ¿no significa que indirectamente hacen que tengamos que esforzarnos aún más para mantener el valor de ese dinero? Efectivamente. Pareciera que parte del tiempo que invertimos trabajando se esfumó, pero la realidad es que nos lo robaron”
Para poder desarrollar el concepto de ladrones de tiempo, me gustaría comenzar por la pequeña isla del Pacífico, Yap. Es probable que ya hayan oído hablar sobre esta isla, o por lo menos sobre su peculiar forma de dinero hasta finales del siglo XIX: las piedras Rai. Estas piedras solían ser de gran tamaño y le daban a su dueño la capacidad de usarla en especiales transacciones, como por ejemplo: casamientos, herencias y tratos estratégicos. Esta transacción se llevaba a cabo de manera oral, no escrita, por lo que la piedra no tenía la necesidad de ser movida al lugar donde ocurría el evento sino que con informar al resto de la comunidad quien era el nuevo dueño de esa gran roca bastaba.
¿Por qué consideraban como dinero a unas simples piedras? Bueno, William Henry Furness III convivió con ellos durante varios meses en 1903 y escribió esto al respecto en su libro “The Island of Stone Money”:
“Como su isla no produce metal, tuvieron que recurrir a la piedra. Esta piedra, en la cual se incurrió trabajo para buscarla y moldearla, es tan genuina como representación del trabajo como las monedas minadas y acuñadas de la civilización”
De hecho, algunas personas solían morir en estas expediciones, resultando en que el valor de las piedras traídas en ese lote sean aún más valiosas.
Les presento a uno de los ladrones de tiempo, el irlandés David O’Keefe que desembarcó en Yap en 1871. Al llegar, recorrió la isla y se dio cuenta de la particular forma de dinero que usaban los locales. Gracias a herramientas traídas del sudeste asiático, el europeo pudo hacer muchísimo más eficiente la extracción de estas rocas tan valoradas por los originarios lo que resultó en una enorme inflación de la oferta monetaria.
La creación de este nuevo dinero no estaba asociada al mismo esfuerzo y trabajo que tenían las otras rocas, pero sin embargo O’Keefe les sacó tanto provecho como pudo: compró su propia isla, se casó con dos esposas yapeses y se autodenominó rey (hasta se hizo una película al respecto: His Majesty O’Keefe). Obviamente al aumentar de esta manera la base monetaria los precios relativos terminaron aumentando también, pero en el momento en el que el irlandés realizaba las transacciones con sus monedas “recién acuñadas” esto aún no se veía reflejado en la economía.
Otro ejemplo de este estilo de ladrones, y quizás más macabro por la escala y sus consecuencias, es el caso de los conquistadores europeos que llegaron a África a fines del siglo XVI. El dinero que utilizaban en ese lugar del continente eran las “aggry beads” (cuentas de vidrio decorativas) que consistían en abalorios de un material similar al vidrio para la elaboración de collares, brazaletes y demás joyas utilizadas también como medio de intercambio para facilitar el comercio, así como para preservar el valor intergeneracionalmente.
Cuando llegaron los europeos y vieron el tipo de dinero que manejaban los locales, se aprovecharon de sus conocimientos en la manipulación de vidrio y crearon enormes cantidades de cuentas “falsificadas” a muy bajo costo para enviarlas hacia África. A cambio de estos pequeños trozos de vidrio, los europeos se llevaron consigo durante varias décadas los recursos más valiosos del continente. Tal era la magnitud del despoje, que no se detuvieron en los recursos naturales. También comenzaron a llevarse recursos humanos: personas originarias del lugar como esclavos. De hecho, estas pequeñas cuentas de vidrio pasaron a ser conocidas como “cuentas de esclavo”.
De esta manera el bajo costo ligado a la creación de dinero les dio un poder divino a los europeos que les permitía comprar y poseer cualquier cosa, hasta vidas humanas.
¿Por qué sucede esto?¿Por qué las personas cerca de la fuente de creación del dinero se benefician de manera desproporcionada por sobre el resto de la población? Este efecto lo estudió Richard Cantillon a lo largo de su vida y hoy tenemos gracias a él un término llamado “efecto Cantillon”.
“Se refiere al cambio en los precios relativos resultante de un cambio en la oferta monetaria. El cambio en los precios relativos se produce porque el cambio en la oferta monetaria tiene un punto de inyección específico y, por lo tanto, una trayectoria de flujo específica a través de la economía.” — Nicolás Cachanosky, American Institute for Economic Research (AIER)
Entonces cuanto más cerca estamos de esa inyección de oferta monetaria, más beneficiados nos vamos a ver al poder gastar esos nuevos dólares antes de que aumenten los precios. Por otro lado, en caso de ser el último en la fila, cuando recibe su parte de nuevos dólares los precios ya han aumentado.
Es por esto que a esta nueva clase de millonarios, en Twitter se los denomina “Cantillonaires” ya que su riqueza no proviene de haber agregado valor a la sociedad, sino que se vieron beneficiados por sobre el resto al estar más cerca de la fuente del dinero (o de la impresora, en estos tiempos). Básicamente se hicieron millonarios gracias al efecto Cantillon.
Crear nuevos dólares no tiene un gran costo asociado, de hecho pueden “imprimir” tantos como deseen simplemente tocando una tecla. El dinero fíat (dólares, pesos, etc) ya no tiene una relación con esfuerzo o trabajo para su emisión como lo tenían las piedras Rai de la isla Yap, y su capacidad de resguardar valor de generación a generación es también cuanto menos, cuestionable.
Por este motivo, que alguien tenga el control total sobre la emisión del dinero es perjudicial para la sociedad en general, crea desigualdad. Los políticos y allegados pueden imprimir para beneficiar a su casta mientras que el pueblo cree que se está haciendo más rico nominalmente, pero cuando va a comprar algo con ese dinero recién impreso, su poder de compra es aún menor. Como argentinos, sabemos en primera persona lo que se siente eso.
Entonces, si nosotros invertimos tiempo y esfuerzo para adquirir dinero con el fin de diferir el consumo en el tiempo, ya sea un día, un año o una década, y el Estado decide unilateralmente que ese dinero valga menos: ¿no significa que indirectamente hacen que tengamos que esforzarnos aún más para mantener el valor de ese dinero? Efectivamente. Pareciera que parte del tiempo que invertimos trabajando se esfumó, pero la realidad es que nos lo robaron.
Haciendo especial énfasis en nuestro país, el hecho de que tengamos semejante inflación de dos dígitos año tras año no es casualidad. La emisión de dinero en Argentina deja fuera de escala a la “frenética” emisión de la Reserva Federal, denotando aún más la gravedad del problema. Esta inflación con la que estamos acostumbrados a vivir es grave, pero eso ya lo saben. ¿Qué es más grave aún? Que nuestra sociedad tiene naturalizada la inflación y el gobierno la considera positiva, con el fin de estimular el consumo. De esta manera se desincentiva el ahorro y se ejerce violencia contra el ciudadano para que invierta o consuma, o perderá un gran porcentaje de su riqueza (asumiendo 2% anual, en 20 años es 48.59% por el interés compuesto).
Los medios y el fisco hablan del ahorro de los ciudadanos como si estuvieran haciendo algo mal, como si ellos pudieran opinar al respecto de cómo eligen gastar o no gastar ese dinero. El ahorro dignifica, el ahorro da estabilidad y los individuos deberían tener la total libertad de preservar sus riquezas sin tener que arriesgarlas en activos financieros para intentar ganarle a un porcentaje de inflación que el gobierno estableció como “aceptable” o hasta “deseado”.
Sin embargo, vemos que el Estado está perdiendo de a poco los puntos de contacto que tenía con sus ciudadanos y mediante los cuales ejercía control: propiedad, educación y dinero. Las nuevas generaciones no sienten el arraigo que sentían las anteriores, eligen alquilar en vez de comprar, eligen mudarse y cambiar de trabajo. A eso se le suma el poder de las redes, que nos permiten aprender por YouTube y vender por Instagram o Fiverr. Muchas personas exportan su trabajo (un diseño, una consulta profesional, música, código, etc.) simplemente con un mail y cobran por PayPal o con criptomonedas.
Y no son sólo los trabajadores, las empresas también arbitran este mercado y contratan a los mejores de la industria por el menor salario posible (empresas de Europa y USA contratando a personas del sudeste asiático y Latinoamérica). Es más, las compañías más importantes de hoy tienen la mayor parte de sus activos en intangibles, ya que se apalancan en la fortaleza de su marca y sus tecnologías. La mayoría de estas no tienen grandes fábricas que conformen un gran costo hundido o bienes que el Estado pueda congelar/expropiar.
Lo mejor de estas tendencias es que son naturales y los gobiernos van a sacar muchísimo más provecho adaptándose que combatiéndolas. ¿Cómo pueden hacer esto? Dejando de asumir que los ciudadanos son sus rehenes y empezar a verlos como clientes, libres de elegir dónde vivir, para quién trabajar, libres de ahorrar e invertir como les parezca, libres para poder proyectar a futuro.
“Donde los clientes gobiernan, los gobiernos son moderados y generalmente discretos, con bajos costos operativos, empleo mínimo e impuestos bajos. Un gobierno controlado por sus clientes establece tasas impositivas no para optimizar la cantidad que el gobierno puede recaudar, sino para optimizar la cantidad que los clientes pueden retener” — The Sovereign Individual, 1999
Mientras tanto, desde nuestro lugar de ciudadanos, de individuos, podemos hacer que esta tendencia se haga más evidente e impulsar a las empresas y gobiernos de girar hacia este lado. ¿Cómo? Empezando por donde más les duele y lo que más los mantiene con poder: el dinero. Optando por resguardar el valor en un activo que no pueden emitir a mansalva.
Bitcoin viene a solucionar eso y mucho más. Nos da la oportunidad de ahorrar sabiendo exactamente cuántas unidades ya fueron emitidas y cuántas se van a emitir día a día hasta el año 2140. Esa previsibilidad podría traducirse a los precios una vez que haya suficiente adopción, e indudablemente les permitirá a quienes lo posean poder planificar a largo plazo. Además, la emisión de bitcoin sí está ligada a un gasto energético por lo que su emisión es costosa, a diferencia de las monedas fíat.
Otra ventaja del bitcoin es la resistencia a ser confiscado. Al no ser un bien tangible, el Estado no puede allanar nuestra casa y tomar posesión de las monedas. De la mano de esa propiedad viene la portabilidad, ya que simplemente acordándonos de nuestra clave privada podemos llevar nuestros ahorros de toda la vida a través de cualquier frontera.
A los ladrones de tiempo de hoy los conocemos con nombre y apellido, ocupan cargos importantes y supuestamente velan por nuestro bienestar. Afortunadamente podemos optar por quitarles ese poder: con Bitcoin la promesa no es hacerte rico, es hacerte libre.